La mayoría de la genialidad no depende únicamente del cerebro que está en la cabeza sino que también se sirve de los recién descubiertos centros de inteligencia (cerebro 2 y 3 ) que están en el intestino y en el corazón.
Según un estudio que citaba a los 400 hombres y mujeres que habían causado el mayor impacto en el siglo XX, tres de cada cinco (incluyendo a Edison, Einstein, Picasso, Henry Ford, los hermanos Wright) habían sufrido graves problemas para pensar o aprender según la forma tradicional del colegio.
Hasta ahora con la idea tradicional se pensaba que todo pasa por el cerebro, hablar con una persona, enfrentarse a un reto. Todo ocurre en la cabeza.
La realidad no es así. Cuando se destina demasiada actividad cerebral al pensamiento y al recuerdo, no queda demasiada energía cerebral para sentir y experimentar el alcance y la profundidad de lo que es nuevo en ese momento.
Hoy se sabe que la inteligencia está distribuida por todo el cuerpo. Cuando se refiere a la genialidad o la percepción no podemos separar cuerpo y mente.
Siempre que se tiene una experiencia directa, ésta no va directamente al cerebro para poder reflexionar sobre ella, sino que el primer lugar al que se dirige es a las redes neurológicas de la región intestinal y al corazón.
EL CEREBRO EN EL INTESTINO
Todo punto de contacto con la vida crea un sentimiento intestinal. Podemos sentir un hormigueo o un nudo en el estómago, producido por la tensión y la emoción.
Conocido como el sistema nervioso entérico, este "2º Cerebro" dentro de los intestinos es independiente, pero está interconectado al cerebro del cráneo. Los científicos que estudian los elaborados sistemas de células nerviosas y las sustancias neuroquímicos que se encuentran en el tracto intestinal nos explican que hay más neuronas en el conducto intestinal que en toda la médula espinal, alrededor de 100 millones de células. Este complejo circuito le permite al intestino actuar independientemente, aprender, recordar e influir en nuestras percepciones y conductas.
EL CEREBRO DEL CORAZÓN
Tras digerir cada experiencia en el sistema nervioso entérico, le toca meditar al corazón. Los científicos han creado un nuevo campo la neurocardiología descubrieron el cerebro del corazón ( que actúa independientemente de la cabeza). Formado por un conjunto distintivo de más de 40.000 células nerviosas llamadas "barorreceptores, más una compleja red de neurotransmisores, proteínas y células de apoyo, este cerebro del corazón es tan grande como muchas áreas claves en el cerebro de la cabeza. Tiene capacidades computacionales altamente sofisticadas y, al igual que el cerebro del intestino, utiliza su circuito neural para actuar independientemente, aprender, recordar y responder a la vida.
En el feto, el corazón humano se desarrolla antes que el sistema nervioso y el cerebro racional.
El corazón es un músculo cargado con energía y cada latido hace que miles y miles de células se enciendan a un ritmo totalmente sincronizado.
Los estudios sobre el aprendizaje y como se generan las emociones han descubierto que la coherencia de los ritmos del corazón puede alterar la efectividad del pensamiento cerebral.
Con cada latido hay una comunicación instantánea con todo el cuerpo, una ola que viaja a través de las arterias con mucha más velocidad que el flujo sanguíneo.
Esto crea otro lenguaje de comunicación interna a medida que las pautas de las ondas varían con cada pauta intrincada y rítmica del corazón. Cada una de los billones de células del cuerpo siente esta onda de presión.
Hay otra vía que el corazón utiliza para comunicarse son: los mensajeros químicos del sistema hormonal. En términos de ingenio e iniciativa humana, el corazón no solo está abierto a nuevas posibilidades, sino que la busca activamente, rastreando con el fin de encontrar una comprensión nueva e intuitiva de lo que más le importa en la vida o en el trabajo. El cerebro del corazón busca instantáneamente nuevas oportunidades para crecer y aprender, y establece una "lectura" de lo que los demás sienten, mide la coherencia o congruencia de ese estado de sentimientos, y comprueba su propio estado interno de pasiones y valores para ver si es coherente. De esta forma, parece ser que el corazón funciona como un importante sistema sensor o un radar personal que descubre oportunidades significativas o creativas.
El campo electromagnético del corazón es 5.000 veces más grande que el del cerebro.
Cada latido habla una lengua inteligente a todo su cuerpo, una lengua que influye profundamente en su percepción del mundo y su reacción ante él.
EL CEREBRO DE LA CABEZA
La tercera parada de los impulsos nerviosos sucede en un área en la base del cerebro que se conoce como médula. La parte interior de la médula es un vínculo vital con el sistema activador reticular (RAS) conecta con los principales nervios de la médula espinal y el cerebro. Es el encargado de clasificar los 100 millones de impulsos que asaltan el cerebro a cada segundo, desviando lo trivial y dejando que lo vital alerte a la mente.
Esta parte del cerebro ha evolucionado a lo largo de milenios con una tendencia a magnificar los mensajes negativos entrantes y a minimizar los positivos.
Ante una elección el RAS siempre interpreta las cosas de forma negativa. Su lema "más vale prevenir que curar". Si no tiene un entendimiento claro sobre cuál es su posición o la de los demás en una situación o un reto o lo que es un solo rumor o un hecho, la tendencia natural del sistema nervioso es asumir lo peor. Como resultado, hay desconfianza, segundos pensamientos, cotilleos y cinismo. Reteniendo cualquier posibilidad para ensanchar el aprendizaje o el crecimiento evitando la iniciativa esperando y estando alerta, todos ellos aspectos que acaban con el genio y la efectividad humana. Lo irónico es que cuantas más exhortaciones oigamos que promuevan el cambio de estas conductas, más alto gritará el RAS su mensaje: PELIGRO, PELIGRO.
El RAS se ve impulsado a magnificar los sentimientos de amenaza o pérdida de control inminente, haciendo que se enoje aún más o, si se las apaña para suprimir esa reacción, causándole tensión o resentimiento.
Teresa Castillo